miércoles, 27 de agosto de 2008

Chicago

Esta historia ocurrió hace un par de veranos.

Eran como las 5:30. Había vuelto de un apacible día en la playa con Chunga, y estábamos lorneando en mi jato cuando toco el timbre Adebayor, mi eterno amigo y vecino.

Salimos, y nos dijo lo siguiente:

-Estoy aburrido, ¿hay que ir a montar bicicleta?

Sacamos las bicicletas rápidamente. Yo saqué la mía, y Chunga sacó la de mi hermana. Adebayor nos estaba esperando afuera con la bicicleta de su hermana, ya que la suya había sufrido un accidente el día anterior.

-Vamos pes. Oe, hay que irnos lejos, hay que perdernos- dijo.

Estábamos a punto de salir cuando salió su papá con su bicicleta.

-Oe, Adebayor, ¿por qué vas a usar la bicicleta de tu hermana? ¡Usa la tuya!
-No, papá, ayer me caí y se le cayó el pedal.
-Ya la mandé arreglar, usa la tuya, no fastidies a tu hermana.
-Pero papá, me voy a ir lejos, fácil se cae de nuevo.
-¡Qué se va a caer, hombre! Usa la tuya, nomás, no pasa nada.

Después de discutir un rato más, Adebayor se subió a su bicicleta, y salimos. Pasamos por mi colegio, y vimos a unos amigos de Adebayor. Se quedó conversando con ellos, mientras que Chunga me mostraba en la esquina su habilidad haciendo saltos. Casi se mata.

Nos juntamos después de un rato los tres y pensamos en donde ir. Decidimos ir al Ovalo Gutiérrez, ya que ahí estaba el jil de Adebayor en ese entonces, Alejandra. Partimos hacia el ovalo, tomando la ruta por Pardo, y cuando cruzamos por el Saga Falabella tuvimos que pasar incómodamente entre una multitud de personas. Después fuimos por ese conveniente caminito de bicicletas que hay en Pardo, ese que ahora se llena de artesanos, hasta llegar a Comandante Espinar y volteamos en dirección al Ovalo. Llegamos, y, como era de esperarse, Alejandra estaba ahí.

La encontramos con nuestras bicicletas, que nos sirvieron para conseguir una especie de autoridad para evitar los globos de agua (estábamos entrando a febrero). Alejandra nos saludó, y le dijimos para ir “por ahí” en bicicleta. Dijo que ya, pero que su bicicleta estaba donde Lucía.

Fuimos a traer la bicicleta, a dos cuadras del ovalo, y decidimos ir a Larcomar. Tomamos el caminito de bicicletas, y llegamos a Larcomar, donde nos persiguió un perro que hasta me mordió. Es racista, el perro, me dijo un tío de esos que buscan cualquier pretexto para hablar con alguien. Me maté de risa pero esperé detrás de mi bicicleta a que venga un tombo a llevarse a ese atorrante.

Después de eso, Alejandra dijo que tenía que volver a su casa, que quedaba por el ovalo. Partimos hacia allá, pero, en el camino, sucedió lo que habíamos estado temiendo toda la noche.

A la bicicleta de Adebayor se le cayó el pedal.

Nos quedamos cinco minutos varados en una esquina en Pardo buscando un tornillo que se había perdido. Lo encontré, y fuimos a un grifo que quedaba cruzando la pista.

-Señor,- dijo Adebayor, -¿me ayuda a poner mi pedal?

-No está la llave.- dijo el gordísimo mecánico, sin levantarse de su silla, y sin mover los ojos entreabiertos.

-Por favor- pidió Adebayor, pero a la vez empezó a buscar entre las llaves del mecánico. -Acá está, esta es- dijo, y el mecánico finalmente se paró, vio la llave, y metió la mano en su vasito de llaves, casi sin ver. Sacó una, aparentemente al azar, y dijo, -No, esta es.

Arregló velozmente el pedal, pero a mala gana. Nos miramos los unos a los otros.

-Mejor voy sola, ustedes vayan rápido a su casa- sugirió Alejandra. -De ahí se vuelve a caer el pedal
-No, no- dijo Adebayor. –Te tenemos que dejar.

Bajamos hacia su casa. Digo bajamos porque literalmente había una endemoniada bajada empinada. Llegamos, Alejandra se despidió, y entró a la seguridad de su casa, dejándonos en compañía de las estrellas.

-Bueno, vamos.- dijo Adebayor. Nos demoramos un poco en partir. Estábamos cansados, estaba oscuro, y cualquier cosa podría pasar con las bicicletas.

Empezamos a subir, y a medio camino escuché a Chunga gritando.

-¡Oe, huevones, espérenme!

Volteé y lo vi. Estaba arrodillado un par de cuadras más atrás, manipulando la cadena. Adebayor siguió avanzando.

-Si pierdo pique, tendré que empezar a pedalear de nuevo, y siento que el pedal se está cayendo- me argumentó. –Baja tú, mira qué quiere.

Bajé, y a Chunga se le había salido la cadena.

-Ya fue, la voy a poner de cualquier manera- dijo. Lo hizo, y empezamos a subir. Arriba, en una esquina, en por fin terreno plano, estaba Adebayor

-Tendremos que tomar el camino rápido.

Esa frase fue como una sentencia.

Aceptamos, y Adebayor guió el camino. Lo siguió Chunga, y, finalmente, yo. Tomamos un camino muy extraño. No me acuerdo bien como llegamos, pero fue el camino más extraño y erróneo imaginable. Parecía una película de acción: Estábamos en medio de Surquillo, con ninguna luz prendida, gente en la puerta de sus casas, mirándonos desde la oscuridad, casi con lástima…

En una vuelta, nos encontramos con un grupo de pirañitas. Se abrieron, para dejarnos pasar, y, mientras que Adebayor cruzaba el umbral armado por los pirañas, volteó y nos miró, con una cara de pánico, de terror, de advertencia. Nunca la olvidaré.

No solo por la expresión, sino por lo que ocurrió después. Terminé de pasar, y los pirañas gritaron:

-¡Ya, chápenlos, chápenlos!

Ahora que lo pienso, probablemente fue una broma, pero en el momento sentimos un pánico indescriptible. Sentí que me convertía en Usain Bolt y pedaleaba por mi vida. No sé de donde saqué tanta potencia y resistencia, pero nos sirvió para avanzar por la oscuridad, seguidos de pirañas, seguidos de lo que habría resultado una perdida de ropa, bicicletas luminosas y quién sabe qué más. Cruzamos una calle a la mala, y oportunísimamente pasó una legión de carros, asegurando nuestra llegada a nuestro reino en el borde de La Aurora con Surquillo.

Justo cuando cruzamos la calle y llegamos a la seguridad, estando a pocos metros de llegar a nuestro amadísimo barrio conocido, a Adebayor se le cayó el pedal.

Nunca me sentí tan religioso en toda mi vida.

lunes, 25 de agosto de 2008

A History of Violence

La primera historia que relataré es una que ocurrió recientemente.

Estaba con mis amigos Adebayor y Chunga en mi casa, y partimos para la reu en la casa de Andrea K. Andrea es una chica que conozco poco, y sabía que iba a haber poca gente que conozco. Mi compañía, bajo toda circunstancia, sería Adebayor y Chunga.

Salimos a la calle y decidimos ir a buscar la combi pasando por el camino que cruza el parque Villavicencio. A la mitad de ese camino había un grupo de pirañas, de los cuales ninguno rebasaba los 14 años. Por un momento pensé en volver y tomar otro camino, pero luego me di cuenta de lo ridículo y cobarde que sería eso.

Cuando nos acercamos, uno de los 10 pirañitas se me acercó y empezó a bailar Gata Fiera mientras hacía un movimiento primitivo. No lo miré, y seguí conversando con Adebayor. Pero, mediante nos alejábamos de los pirañas, empezaron a gritarnos cosas a lo “¡Gokú!” o “¡Gringuitos!”. Hicimos caso omiso y seguimos caminando, hasta que a uno se le ocurrió gritar: ¡Cabros!

En ese momento, mi alma se dio media vuelta y gritó:

-¡Qué pasa, oe, conchatumadre!

Como todo buen mechero piraña no-gringuito Gokú cabro, fue más una afirmación, o una demanda, que una pregunta. Regresé hacia los pirañitas y, con la vara metálica que oportunamente apareció en mi mano, me lancé a golpear al mismo que me había cantado Gata Fiera segundos antes.

La visión de tres personas subiendo a un taxi forzaron que mi mente regrese a tres cuadras más adelante, y que vuelva a entrar en mi cuerpo, que estaba burbujeando de ira. Una de esas tres personas era mi profesor de inglés, Mr. Ruiz. Lo saludé, y me devolvió un “Hello” y una sonrisa.

Pensé, ensimismado, mientras que caminábamos hacia el grifo para comprar algo de comer, para poder soportar todo el alcohol que veía venir. Pensé en Mr. Ruiz, un auténtico gringuito, la persona más amable imaginable, que te decía “Thank you” cuando hacías cosas tan básicas como preguntar si podías ir al baño. Pensé en como habría reaccionado él si un grupo de pirañas le buscaban mecha cuando él estaba yendo a una reunión con sus amigos, bien vestido, bañado y con buenas intenciones. Regresé a la realidad, miré a mis dos amigos, que discutían sobre lo que deberíamos haber hecho, y les dije, “Es mejor que no hayamos reaccionado”.

Comimos, tomamos un taxi (porque ya no pasaban combis) y fuimos a la casa de Andrea. Estuvimos dando vueltas un rato buscando la casa, porque estaba bien camuflada. Quedaba en Pardo, un par de cuadras antes de Comandante Espinar, pero en una quinta cuya reja estaba cubierta de plantas y que no vimos hasta pasar por ahí una tercera vez.

Llegamos, y no había mucha gente conocida. Me encontré con una amiga, Prudence, y nos refugiamos en ella. [Prudence es una chica de la cual estuve dolorosamente templado por un tiempo (en ese entonces seguía mi templadez), pero que, al iniciar mi interés, estuvo ella interesada en alguien más, y, en este momento, estaba en ‘algo’ con otro]. Conversamos un rato, fuimos a la bodega, y luego llegaron mis amigos Andrés Mizrahi y Mariana.

Me senté en una esquina con ellos y empezamos a beber. Decidimos secar ron puro por las huevas: Por José, por él, por el corte de bajo en I Shot The Sheriff, por cualquier cosa. En medio de la diversión, desde lo lejos un pata, Walter, a quien conozco de vista, me miró y me preguntó si fumaba ganya. Le dije que no, y me dijo, “parece, porque tienes la cabeza quemada” (me había rapado hace poco).

Seguimos chupando, y luego Prudence me presentó a unas amigas suyas y empezamos a chupar con ellas también. La consecuencia fue que terminé en un estado deplorable, que fue empeorando mediante pasaba la noche.

Volvimos al grupo de Andrés, y se acercó Walter y me preguntó: “¿Estás asado, broer?” y le dije, “No, no.” Entonces se fue. Se acercó una amiga, Camila, y le quité su lata de chela, porque justo Adebayor me había pedido chela. Se la di a Adebayor, y me reí con Camila.

Se acercó Prudence a nuestro grupo, y le dije, “Ven un toque”. Me la llevé a una esquina, y, estando en un estado casi deplorable, le dije lo que sentía por ella. Me contestó con una frase que me marcó la vida: “Si me hubieras dicho antes, fácil pasaba algo”.

Seguimos chupando, y empecé a hacer burradas. Abrazé a Prudence y a una amiga, Romina, y les dije, “Si pudiera estar con las dos, sería la persona más feliz del mundo.”. Seguí chupando y hablando con quién sea que se me cruzaba. Jalé a Prudence afuera y le hablé de cosas que no me acuerdo.

Mi euforia fue interrumpida por unas ganas incontenibles de ir al baño. Entré al baño, entonces, y escuché un diálogo comprometedor afuera.

-No le pegues a José, pues, Walter.- dijo Camila.
-No le voy a pegar, pero que me pague mi chela.

Me quedé paralizado. De la nada, todos los efectos del alcohol (menos el mareo) se me quitaron. La chela que me había dado Camila era de Walter.

Conchasumadre.

Salí del baño, y Walter me encaró. “Págame”, dijo. Le dije que no, sin mirarlo, y me fui a un sillón a conversar con Prudence.

Entonces se me acercó un pata más, llamado Manfredini, y me dijo, “Oe, broder, tu sabes, este weon de Walter, bien saltón es, págale nomás y evita el problema”. Estando en un estado tan pobre como el mío, me acerqué a Walter y le di cuatro lucas, china más de lo que cuesta la lata de cerveza, en un acto totalmente cobarde.

Molesto y humillado, decidí irme. Le dije a Adebayor y a Chunga, y nos fuimos casi sin despedirnos. Caminamos hasta el Parque Kennedy, y en un momento de borrachera total, compré cuatro hamburguesas con queso en el McDonalds. Comimos y nos sentamos en una banca del parque. Traté de fijar la mirada en un edificio, pero no podía enfocar bien la mirada y todo se movía.

Miré a Adebayor y Chunga, y, con el alma (y el bolsillo) más vacía que nunca, pensé, sin decir nada, sin llegar a una respuesta, en lo que habría hecho Mr. Ruiz en una situación así.

Introducción

Incontables veces he intentado hacer un blog que pegue. Un blog divertido, chistoso, entretenido. Incontables veces he fallado.

Creo que mi error fue siempre escribir blogs con mis chistes demasiado estúpidos y/o complicados, con mis reflexiones estúpidas y complicadas. Mi fotolog del Grupo Nietzche tiene 4 comentarios (¡popularidad!). Mis reflexiones todas dicen lo mismo: Toda la huevada en mi cerebro es infinita.

Es así que decidí hacer un blog escribiendo historias. Yo creo que puedo escribir de una manera aceptable (al menos se entiende). Y creo que, con inspiración, puedo escribir algo al menos entretenido.

El problema es, no se me ocurre nada entretenido.

Y es un problema, porque a mi me encanta escribir. Los que hayan leído el Honestidad Brutal sabrán esto, ya que en ese blog escribí 40 posts en menos de un mes.

Después de pensarlo un rato, decidí escribir sobre cosas que me han pasado. Sobre esas reus criminales, sobre esos viajes interprovinciales, sobre esas amanecidas usuras.

Para hacer un blog sobre historias, es necesario pensar bien cada una, escribirla cuidadosamente, y revisarla. De ahí termino como en Honestidad Brutal, escribiendo hechado en vez de echado…

También es necesario no escribir más de una al día, porque podría volverse una lectura muy pesada.

También es necesario dejar de hablar babosadas que espanten a los que estén interesados en leer las cojudeces que me ocurren.

Yaaaaaaaaa